miércoles, abril 07, 2010

Trapo

Es más fácil que la noche deje de recostarse sobre este pedazo de trapo cada vez que rueda, o que se canse el sol, a que deje de buscarla en cada rincón del panorama que me ofrece la ciudad y sus días. Porque miro en cada colectivo, en cada vagón ajado y rechinante de la línea A del subte, detrás de cada café. Busco una casualidad fortuita o el peso mismo de los cuerpos corriéndose inevitablemente hacia el centro de la Tierra. La busco para encontrarla como a una servilleta escrita hace años en el fondo de un bolsillo. Para traerla nuevamente hasta la orilla donde la dejé sola, tirando piedras e intentando que saltaran en sapito y no le salía y dale rosca para el costado y tirala bien al ras del agua. Para doblarla como a mis sábanas, para encenderla como a mis uñas todas las tardes, para escarbarla como a una oreja. Ella es el café con las enormes parcelas de pastos y yuyos concentradas en el diminuto fondo de la taza. Es una respiración que parece que habla la lengua franca, la lengua de todas las lenguas que nunca aprendí a decodificar. Era la posición invertida en que subíamos hacia una luna nueva que nadie conoció, era el mono que hacía piruetas adentro de una jaula en un cuadro terrible pero que nos arrancaba carcajadas y morisquetas. Por eso la busco cada vez que empieza el frío en Buenos Aires. Porque es pintar todo de rojo y amarillo. Es la pared con la que chocan mis ganas aniñadas de querer cambiar todo el pasado, que se redireccionan hacia el futuro porque ella es la flecha. Sopesando con las manos lo que nunca fue y lo que puede ser se inclina la balanza sin vacilación alguna, y la inclinación definitiva la ejerce ella con su ausencia. Porque su ausencia huele como los olores densos y francos de las materias primarias, de esas cosas con la que está construído el mundo.
Todos los días la encuentro, apelotonada, en cada pedazo del trapo que rueda.

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