viernes, agosto 28, 2009

Autobiografía en 30 líneas

Desafío propuesto por un piola profesor de Estilo


Juan Francisco Gentile. Me gusta mi nombre. A lo largo de los años me cansé de escuchar quejas blasfemantes contra padres de mal gusto. Sin embargo, yo celebro la ocurrencia de los míos, que podrían haber elegido, sin esfuerzo, un canónico Pablo o Manuel para acompañar a Juan.
El 13 de mayo de 1985 la primavera alfonsinista entraba en el epílogo previo a la crisis económica de fines de los ochenta. Ese día, en la Clínica del Sol, asomé una cabeza especialmente grande. Laura, mi madre, que es médica, cocina como un cheff de primer nivel y es la mejor en todo lo que hace, cuenta que sintió un “dolor inmensamente alegre”. El barrio de la Recoleta que me vio nacer nada tiene que ver con el clasemediero Almagro al que Carlos, mi padre psicoanalista, me llevó a los pocos días en un destartalado Peugeot 404 modelo 70 junto a Pablo, mi hermano mayor, que me lleva once años y con el que no desarrollé una relación sino hasta que él tuvo 30 y yo 19. Aún vivo en esa zona mediterránea de la ciudad, de la que disfruto por su espíritu cultural, tanguero y progresista.
Serrat, Almendra, María Elena Walsh, Charly y Tato fueron el sonido ambiente con el que crecí, hasta ser el más alto de la salita, luego del grado y más tarde del curso. Siempre aparenté más edad de la que tuve. Me pregunto cuándo va a pasar a ser un problema.
En 1989 nació mi hermano menor, Agustín, y desde entonces tuve con quien corretear, destrozar vidrios, jugar ocho horas seguidas al Mario Bros sin pestañear, dibujar pijas y tetas en las paredes de la casa, y todas esas cosas que hacen los chicos. En el colegio primario me enamoré perdidamente de una piba que se llama Lucía, que era hermosa y lo sigue siendo. Nunca me animé a decirle nada.
Más tarde, un secundario cargado de bohemia, la militancia política, el rock, el descubrimiento de la literatura, la primera novia, el sexo, las borracheras y porros configuraron un adolescente neo hippie que comenzó a escribir poesía y a editar la revista del Centro de Estudiantes. La palabra escrita me permitió generar pequeños revuelos, conseguir chicas, cambiar mi mundo. Tal vez sea ese el origen de mi confianza en que la escritura puede contribuir a cambiar el mundo.
Hoy tengo 24 años, me faltan ocho materias para terminar la carrera de Letras en la UBA y hago Periodismo para cambiar el mundo. Trabajo en la más sanguinaria máquina mediática, el Grupo Clarín. Mi consuelo: José Martí escribió alguna vez que sabía como combatir a Estados Unidos porque había vivido “en las entrañas del monstruo”.