jueves, abril 29, 2010

Todos los días

Entonces, un día de casi frío,
llegó el momento
en que empezaste
a planear
sobre la sombra
y la luz
(también entre las zonas de claroscuro)
de mis días.

Como lo importante
lo que se cuenta
con una mano
(y acaso sobran
dedos)
no se puede evitar
ni escupiendo con moco
cada sopa.

Tan palpable como ahora
que dormís con la boca
semiabierta
mientras pienso en que
nunca, nada,
supo apaciguarme tanto
como esa forma brillante
que tenés de estar.

Todos los días.

viernes, abril 23, 2010

Diez grados

Sostiene el mango de madera rugosa
entrando al borde de la explanada
mientras retacea los gestos de amor
como quien abre un paraguas antes de la lluvia.

Y con mirada distante de tortuga
hinca la hoja en el centro del riñón
que recibe la alimaña con un ruidito
como el de grillos que patalean la noche.

Clava porque busca
un rincón donde dormir.
Aunque tiene casa, pero es fría.

Gira los ojos hacia afuera
y gime, buscando un lunar
marcado en la punta del filo de la luna.

miércoles, abril 21, 2010

Pajonal

Sos un pajonal
tan densamente
enhebrado.

Que para entrarte
tengo que contar
hasta once.

Hacerme el guapo
y jugar a que no
me importa.

Pero qué va
si ya me desatornillaste
la armadura.

No tengo escudos
cada pajita
la siento en la carne.

Tan densamente
que adentro quedó
parte de mi sangre.

martes, abril 20, 2010

Irina como hablando

Irina llegó de Brasil cuando tenía dos años.

Su viejo la trajo en un viaje que duró cuatro días. El tipo se había enamorado de quien no tenía que enamorarse. Un día del peor abril, el de 1981, bajó los brazos, agarró a la gurisa y se fugó con rumbo sur.

San Pablo. Porto Alegre. Foz. Resistencia. Corrientes. Yuquerí. Córdoba Capital. Santa Fé. Rosario. Zárate. Constitución. Los dos durmieron mezclados con frutas, tabaco, café, porro y, sobre todo, ausencias. Juntos y abrazados, lloraban que mamá no estaba. Mamá, que era una turra. Una turra a la que amaban. Una turra a la que amaban y tenían que abandonar para no hundirse en la porquería como quien tiene un ancla adherida a un pie adherido a un zapato de plomo.

Alguien tenía para ellos algunas esperanzas, allá, en el conurbano bonaerense profundo.

En una casita de Burzaco, Irina pasó su infancia. Atrás de las casas brillantes de los Temperley, de los Adrogué y los Longchamps, entre manos tibias que la dormían todas las noches, aprendió muy rápido cuándo había que hacer sonar el cencerro, el movimiento de dedos más preciso para los repulgues, cómo jugar con los perros en las calles de tierra. Ya entonces se le daba por hablar sola bastante seguido. Normal en una nena, pensaban todos. Lógico.

La vida en Burzaco, después de que el viejo se muriera de puro curda y depresivo, se puso áspera y la historia es vieja. La piba estaba muy pero muy buena. Una brazuca mulatona de cabeza rizada, labios enormes, caderas anchas, cintura divina, buenas gomas. Cuando creció, largó la escuela y empezó a curtir la calle. Curtió la falopa. Curtió muchos viejos curdas y depresivos para curtir más falopa. Después se dio cuenta que no quería más falopa ni andar putaneando, que quería enamorarse del algún flaco medio pintón y de buena madera. Pero no sabía ganarse el mango de otra manera. Y siempre, todas las veces, hablando con el aire.

Se piró de Burzaco para alquilarse una pieza en Capital, cerca del Once. Pensó en seguir laburando en la lleca hasta que pudiera zafar. Tenía veinticuatro y seguía estando muy buena. Irina paró en la misma esquina durante diez años. Levantaba canas y tacheros a la noche, empleados del correo, tacheros y garcas de traje a la tarde, le tiraba un servis veloz y de onda a algún vecino por el temita ese de los códigos. Durante años se trincó a un cocinero que le hacía cornalitos y rabas que ella ponía en un plato sobre la cama. Se lo manducaba entero al mismo tiempo que el loco le entraba desde atrás, flotando en un frenesí afiebrado. La idea de zafar se le fue olvidando sin darse cuenta. Irina estaba preocupada por cosas más importantes.

Allá en la esquina del pasaje hizo pata ancha y tuvo épocas en las que encaró más falopa y más soliloquio, y otros momentos en los que le aflojaba a la mandanga pero no al monólogo. Las habladurías medio indescifrables, de corte yoruba, no amainaron nunca.

El 4 de enero de 2000 recontracagó a trompadas a un chorrito que estaba apretando contra la pared a Clarita, que vivía en el pasaje (donde todavía pasea su burra), tenía catorce años y tremendo zogaca. Con el taco aguja y en pelotas como estaba lo hizo correr hasta la Conchinchina. “¡Rastrero de mierda!”, le gritó Irina durante diez cuadras, con el zapato en la mano.

El 19 de diciembre de 2001 caminó derechito por Hipólito hasta la plaza. En Congreso le afanó un bidón de nafta a un perejil. Lo vació en la palmera y tiró el cigarro, justo cuando se venía encima la yuta.

El 26 de junio de 2002 se fue al puente peatonal de Sanchez de Bustamante y se quedó dormida transversalmente sobre el metal rugoso.

El 30 de diciembre de 2004, a las cuatro de la mañana, se sacó las botas y así nomás en patas les hizo un nudo para después tirarlas como un misil y dejarlas colgando del cable de luz. Siguen ahí.

El 9 de Julio de 2007 vio como empezaban a bailar los pompones blancos en el aire y corrió en una sola carcajada con todo su churrasco abierto, devorándose el cielo que se desgajaba en partículas de nube.

Siguió gatillando la pieza pero ya no dormía. Sentada en un umbral, rodeada de bolsas, hablaba y escribía en cuadernitos diminutos papiros interminables. Todo el día. Toda la noche. Irina implacable, como parte de la arquitectura de Almagro, dejó la falopa y el servis y se enamoró, nomás. Entonces decidió quedarse esperándolo.

Hablando con él.

Como hablando arriba de la bicicleta vieja.

Como hablando arriba de la bicicleta vieja que dibuja una franja en el camino de tierra.

Como hablando arriba de la bicicleta vieja que dibuja una franja en el camino de tierra que la lleva hasta el local en el centro.

Como hablando arriba de la bicicleta vieja que dibuja una franja en el camino de tierra que la lleva hasta el local en el centro, donde Mariana se calza los guantes de látex, enciende la sierra y aprovecha el ruido para descostillarse de la risa.

lunes, abril 19, 2010

Las manos transpiran

Capítulos completos caminando solo
dentelladas entre ombligos, y un caudal
de gestos acartonados como pájaros.
Ahora que todo explotó, y se parece
más al caos que a un mapa
busco con manos acuosas puntas
de sogas pendientes de un techo
que el oscuro no me deja ver
si es techo o es cielo.
"Sangre caliente, ¿y ahora a quién
le vas a echar la culpa, si sos
el que siente y nunca aprendiste a pensar?"

viernes, abril 16, 2010

Retrato

Una guarda simple es la forma de vivir otras realidades
una pared que se desgaja es la mejor manera de escribir
las libertades que quedan es mostrar que tantas faltan
aviones que cuelgan del techo es despegar al planeta
donde más dimensiones quiere decir más personas.

jueves, abril 15, 2010

Tucutúm

Tucutúm tucutúm tucutúm
ahí está, con una música nueva
refugiado del frío en su bolsa
una caja resonante con eco
que dice "tucutúm, estoy acá
descansando por vos, tucutúm
te escucho reír, tucutúm,
y me duermo, soy una frecuencia
constante de días que llegan
tantas mañanas tucutúm tu mano
me hace crecer y me expando
tucutúm soy tu verano más ancho
y continuás, tucutúm, en mí.
Para siempre".

miércoles, abril 07, 2010

Para no pensar en vos

Cargo en la boca entera
una tonelada de azúcar
tres mil palabras de las mejores
lechosos chocolates y cremas
árboles gordos, ríos quietos,
azafranados panes, cornetas
vestidas con polleras de colores
un pepino en cada dedo
y aceitunas tapándome las orejas.
Mastico picantes enteros
desordeno todo lo que encuentro
duermo con una pelota caliente
en la mano, salpimento el pelo
aflojo todas las bombitas, bailo
balanceándome para los costados
liviano como todo tu cuerpo
cuando flota y vibra cercano
encerrado en la misma cápsula
que yo.

Trapo

Es más fácil que la noche deje de recostarse sobre este pedazo de trapo cada vez que rueda, o que se canse el sol, a que deje de buscarla en cada rincón del panorama que me ofrece la ciudad y sus días. Porque miro en cada colectivo, en cada vagón ajado y rechinante de la línea A del subte, detrás de cada café. Busco una casualidad fortuita o el peso mismo de los cuerpos corriéndose inevitablemente hacia el centro de la Tierra. La busco para encontrarla como a una servilleta escrita hace años en el fondo de un bolsillo. Para traerla nuevamente hasta la orilla donde la dejé sola, tirando piedras e intentando que saltaran en sapito y no le salía y dale rosca para el costado y tirala bien al ras del agua. Para doblarla como a mis sábanas, para encenderla como a mis uñas todas las tardes, para escarbarla como a una oreja. Ella es el café con las enormes parcelas de pastos y yuyos concentradas en el diminuto fondo de la taza. Es una respiración que parece que habla la lengua franca, la lengua de todas las lenguas que nunca aprendí a decodificar. Era la posición invertida en que subíamos hacia una luna nueva que nadie conoció, era el mono que hacía piruetas adentro de una jaula en un cuadro terrible pero que nos arrancaba carcajadas y morisquetas. Por eso la busco cada vez que empieza el frío en Buenos Aires. Porque es pintar todo de rojo y amarillo. Es la pared con la que chocan mis ganas aniñadas de querer cambiar todo el pasado, que se redireccionan hacia el futuro porque ella es la flecha. Sopesando con las manos lo que nunca fue y lo que puede ser se inclina la balanza sin vacilación alguna, y la inclinación definitiva la ejerce ella con su ausencia. Porque su ausencia huele como los olores densos y francos de las materias primarias, de esas cosas con la que está construído el mundo.
Todos los días la encuentro, apelotonada, en cada pedazo del trapo que rueda.

sábado, abril 03, 2010

Gesto de vértigo

Qué lindo que es mirarte
el gesto de vértigo
en la cara entrecerrada
matizando las mañanas
entre el bailongo claroscuro.
Qué rico que se te pone
el gesto de vértigo
cuando amanezco terroso
de una noche entera
masticando jazz.

La señal

Hay días enteros en que está inmóvil.
No se queja, no sonríe, no gesticula, no dice, no explota, ni siquiera calla.
¿Le pasará algo? ¿Le pasará nada? Mientras crece a una velocidad
tan vertiginosa que ni ella se da cuenta, alrededor suyo un pilón
de terminales receptoras abren sus portales para captar las señales
que el brillo que la recubre hace suponer que va a emitir.
Un brillo que decía que se iba a comer el mundo.
Que iba a desenmarcar todas las obras y a desfasar
todos los mensajes lineales y unidireccionales
que se venden por dos mangos en cualquier esquina multiplicados
por infinito punto rojo.
Pero está inmóvil. No se queja, no sonríe, no gesticula,
no dice, no explota, no calla, ni siquiera está inmóvil.
Ni siquiera está.
Unas gafas que ahora comparten con zapatos viejos
el fondo de una caja de cartón habían sido los culpables del hechizo,
que ya no se puede romper y traduce cada segundo en fuerza progresiva
hacia un ansiado porvenir donde las bombas sólo explotan
en las conciencias de los hijos de puta y los tomates florecen
en los jardínes de los que merecen la protección de los más fieles y tenaces escudos.
Pero ella no sabe que esa tierra sólo se abona en la realidad si se rompe el hechizo.
Ella tiene que emitir señales, dijo Mariana.

Sueñero

Si no estuvieras flotando
en un mar dormido todo
hecho de persona, cambiaría
mi chupetín verde por un
par de alas emplumadas
para subirte a mi espalda
y llevarte volando hasta
la concavidad terrestre
sin pelos en el alma.