miércoles, febrero 25, 2009

Algo tenía que pasar

Encontrados:
casillas con rascacielos
negro con gringo y caramelo
caos y armonía
Amor. Incertidumbre. Alegría. Demencia.

Río de Janeiro.

sábado, febrero 14, 2009

La rapadita

Era una piba de esas que buscan afearse de manera obsesiva,
pero no lo lograba: más se afeaba, más bonita era (como La chica más guapa de la ciudad, de Bukowsky, escritor relegado sistemáticamente por los académicos y estudiosos de la literatura, tal vez por haber sido un yonqui con aspecto de vagabundo que vendía como pan caliente libros desbordados de agujas punzantes sobre la alienación de la ciudad occidental moderna).

Cabeza rapada, pantalones anchos, zapatillas de flaco, y miles de aretes bailando en su carita.

Todo lo que hacía para detonarse estallaba en armonía resplandeciente.

Me enamoré perdida e instantáneamente de ella.

Nos miramos durante años, y nos hablamos el idioma de los tontitos felices a través del tiempo, de modo infinito.

Adoré su heavy metal que me zamarreaba de lado a lado, sin esperar por el amanecer, ni por la noche, ni por nada de nada.
Un camino turbulento que hacía falta.
Revolución.

Su dulce rostro de barrio me revelaba sexo aplastante e interminable, la guerra que todo pueblo anhela, la danza que el paralítico sueña con apretujón de ojos, la prisión con la que se masturba el carcelero.

Un pimpollazo, señora, que metía miedo a las abuelitas.

Se bajó en Medrano y Córdoba.

miércoles, febrero 04, 2009

Estado

A veces, cuando sobreviene un repentino desembarco de introspección
Pienso que es mejor aprisionarte, embarrarte otra vez con sal de pantano
y me ronda la idea de aplicar la antigua estrategia del palabrerío de a pinceladas.

Ocurre que te miro, y mi mente se cuelga de una palmera de mil cocos, dando la sensación de que para siempre jamás volaré estupidizado viéndote comer o fumar.

Es posible que no pueda entender cabalmente todo lo que veo.

La belleza amontonada en un espacio tan reducido. Los milimétricos e infinitos cristales que te conforman.

El andar de tu armonía. La forma displicente en la que observás tu alrededor.

Es posible que la certeza que el lenguaje está bien escaso para decirte desate una serie infinita de delirios inconexos que no puedo evitar cuando andás por ahí.

Suelo permanecer suspendido a varios metros de la tierra, cuando estuviste.

Durante largos días no vuelvo a cubierta, y levito de sonrisa idiota mirando altamar embravecida.