martes, marzo 30, 2010

Rompecabezas

Sentado en el furgón de un viaje de horas interminables, con las piernas colgando, cuando sobre una pampa extensa caía el sol, a la hora en que se puede percibir su movimiento, mientras un olor a café profundo y tabaco negro ambientaban mis días de adolescente revolucionado, sintiéndome invencible y viendo llegar a Peludo y Gabito, que se unían en el disfrute prolongado del mejor lugar de todos los trenes, pensé en vos.

En una laguna volcánica llena de agua turbia de un azufre que viene de los lugares que nunca jamás nadie pisó, rodeado de todos los que siempre quise y de algunos que supe querer en esos días y nunca más volví a ver, con un pitillo entre los dedos, cuidando que no se mojara de volcán, pensé en vos.

Mirando pares de piernas correr a través de la ventana del bar del Gallego, donde las mañanas estaban hechas de la más flexible materia que se expandía sobre las hojas y las tazas y los proyectos delirantes que charlábamos encendidos a toda máquina, primarios y complejos, sumergido en una pintura porteña inamovible del microcentro, pensé en vos.

En la terraza de un edificio que se erguía en medio de la olla que forma la ciudad de La Paz, mirando las luces amarillas que trepan por millones hacia los barrios populares, allá donde el pueblo es más pueblo que ninguno, viendo al mundo entero rodearme, pensé en vos.

Con la camisa desabrochada, la corbata en la mochila, los pelos sueltos, zapatillas donde zapatos, rebeldemente rateado y colgado frente al agua de los docks de un Puerto Madero recién nacido, fumando parucho tras otro y riéndome de mi asiento vacío en el colegio porque ya eran como las tres de una de esas tardes de abril que arropan los huesos, pensé en vos.

Tirándole con toda mi furia el candado a un caballo que cargaba un robot tan alienado que enemigo, rodeado del humo y las lágrimas y el fuego, de los olores a madera y goma, de trajes con corbata, uniformes de cheff, alpargatas y caras tapadas, al soltar mis proyectiles liberando con ellos todo el peso muerto de la historia, pensé en vos.

En un cañaveral cordobés, desnudo y con ranas croando en un coro multitudinario cerca de mis pelotas, sin que me importara en lo más mínimo, pensé en vos.

En colectivos semi vacíos de madrugada, caminando tantas veces por Almagro, pensé en vos.

Cada vez que miré el fuego,
la primera vez que escuché Artaud,
trepándome al gomero que estaba en casa,
mirando palomas a través de mi leche en la ventana de un piso doce,
pensé en vos.

Y ahora estás acá, agigantándote con cada paso, durmiendo o riendo o haciendo nada que es como hacerlo todo al mismo tiempo porque estás acá y te miro crecer.

Y entonces todos los capítulos se empiezan a ordenar.

1 comentario:

male dijo...

juancito! escribis unas cosas q me dan piel de gallina..
q suerte! q lindo!

losquierofotear!