viernes, julio 31, 2020

Por tiempo indeterminado

¿Había llovido toda la noche? ¿O sólo ese rato en que la fuerza del viento movió tanto los árboles, que se escuchaban las ramas caer sobre el suelo de tierra de las calles del barrio? ¿Eso pasó una o dos veces, o fue una constante de aquella madrugada? Lucio tenía un sueño más liviano que de costumbre por esas crudas y gélidas noches del invierno de 1931. Entre penumbras y ensoñaciones los ruidos del mundo exterior, ese que para él eran las 10 cuadras de forma irregular en esa parte de Avellaneda, se intercalaban con las creaciones estrafalarias del pensamiento que habitaba su cuerpo dormido. Luego de unos mates con galleta dura del ayer de entonces partió de su casa rumbo a la fábrica, dispuesto a caminar para despertarse. El frío en la cara, filoso y tajante, lo cachetearía al activar en su interior la fuerza ancestral de la yerba mate al disolverse en el torrente sanguíneo del laburante hijo de inmigrantes. Afuera la mañana era gris, húmeda, implacable. Las calles de tierra, un lodazal sin final aparente, todo uno con aquel río que siempre perezoso bañaba las costas de las tierras del sur. A los saltos, Lucio, chapoteó todo el camino y llegó alegre a su puesto de trabajo, donde dos años más tarde sería visto por última vez, en medio de una huelga que, como la muerte, era por tiempo indeterminado. 

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