domingo, enero 17, 2010

El mapa se revela cada siete años

Porque cuando alzo la vista hacia una inundación de titilantes oscilaciones que flotan, dos satélites se cruzan. Sin prisa, pero sin pausa. Constantes, decididos y oportunamente rectos. Una constelación casi infinita de climas de época parecen enreverarse y así asaltar la mata semidesnuda que llevás por sexo. Todo el día, toda la noche, todo el temporal amable que conforma esta excepeción a la existencia y amanece a cada rato dando puntapiés a días nuevos dentro del día alargando la vida como un cienpiés deja de encogerse para volver a ser el que siempre había sido, el que siempre supo que debía ser, el motor de un principio de verdad.
Porque todo es inercia que arremete plana como un buey de California hasta que un salto que se insinúa fragmentario desfasa la línea argumental de los días para hacerme volar como un satélite. Sin prisa, pero sin pausa. Constante, decidido, oportunamente recto. Parece fragmentario, pero va tejiendo su red.
Porque hay un día en que todo pasa, como un cuento de la infancia, a tener colores. Azul, amarillo, verde. Mediado por una historia de la costa del Paraná deliro con hacerte el amor bajo una enorme parra serrana en las mañanas cordobesas salpimentadas con mates enyuyados de boca ancha y pan casero y la mermelada que transpira una señora que probablemente se llame Marta, o Dora, o Susana. Con los chicharrones negros y constelados que Marta, o Dora o Susana desparrama sin estrategia sobre la masa que toma forma lentamente mientras se hacen las diez y sol sube y se torna fuerte entre los fuertes, acariciando las polleras azules, amarillas, verdes, que indistintamente cubrirán las piernas curtidas de Marta, o Dora, o Susana. Con la idea de que tal vez haya un espacio en medio de toda la zona densa e imperceptible donde plantarse a ser uno mismo sin el chaparrón constante de agresiones externas de un ejército en camisa.
Y entonces me doy cuenta de que sí. Que esto de ser un satélite no es moco de pavo. Que te voy a cuidar como cuido mis ganas de hacerle la guerra a lo que parece inamovible. Como cuido cada siete años lo que solo se dibuja y traza un mapa que me recuerda hacia dónde iba mientras me da un buen chirlo por haberlo olvidado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué grande el pibito