jueves, mayo 29, 2008

Catamarca

Anteanoche soñé con Catamarca. Era una inmensa montaña o loma de superficie regularmente ascendente que se remontaba perdiéndose entre los cielos secos, hasta ahí donde ya no se ve más que confusión natural.

Cuando Catamarca apareció veníamos de Córdoba. Pensábamos en ir a algún lugar irregular, sortear el camino marcado, improvisar. En el mapa sonó seductora. Pensé en una mujer inimaginablemente bella cuando vi su nombre escrito entre los símbolos tribales de la cartografía, desplegada sobre una mesita de piedra con corazón de alambre grueso. “Catamarca”, pensé, “qué bien suena tu nombre de mujer. Catamarca, quiero conquistarte”. Allí fuimos.

Entonces la encontramos, y pudimos ver algo insospechado: tenía sus laderas plagadas de carteles de cartón clavados en sus tierras, parecidos a esos que venden lotes de tierras o empanadas o chivito a las brasas o un dos ambientes. Amarillos y blancos, letras negras, palos madera estacados.

Uno junto al otro, multiplicados por millones, ascendiendo hacia los cielos sobre la superficie terráquea de Catamarca. Llevaban mensajes que no recuerdo, y es eso ahora lo que más me inquieta.

¿Qué me habrás querido decir, altiva Catamarca, que tuviste que hincharte hasta las nubes y multiplicar tu sentencia infinitamente hasta poner sobre mis narices lo inconmensurable?

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