lunes, enero 13, 2020

Cardo violeta

Si subo lentamente por las calles que me llevan a la Villa Cordobita
encuentro en la mirada de los perros somnolientos un gesto de amabilidad, aunque sea la siesta y todo esté flotando o detenido. A medida que los pasos se suceden uno tras otro, levantan ruido seco y pequeñas raciones de polvo ancestral. Entonces descubro que a pesar de la
suspensión, algo se mueve dentro de  
mi almita barrilete que en trompo gira y se vuelve cardo violeta, abraza al sol y a la lluvia todas las veces que ocurre (son muchas incluso en un mismo día).
Las casas, selladas por fuera a través de persianas bajas, no tienen prisa alguna: ¿Para qué correr? Todo seguirá más tarde en su lugar. (Lo que no, por algo será).
Las sierras están donde siempre cuando la tarde se hace noche y asuma una luna disruptiva.
Voy para tu casa. Llevo queso, palta y vino tinto. No me permito vacilar.
Pienso que el destino es lo que hacemos con las cosas, las palabras y las acciones, hilvanado por algo más.



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