sábado, febrero 14, 2009

La rapadita

Era una piba de esas que buscan afearse de manera obsesiva,
pero no lo lograba: más se afeaba, más bonita era (como La chica más guapa de la ciudad, de Bukowsky, escritor relegado sistemáticamente por los académicos y estudiosos de la literatura, tal vez por haber sido un yonqui con aspecto de vagabundo que vendía como pan caliente libros desbordados de agujas punzantes sobre la alienación de la ciudad occidental moderna).

Cabeza rapada, pantalones anchos, zapatillas de flaco, y miles de aretes bailando en su carita.

Todo lo que hacía para detonarse estallaba en armonía resplandeciente.

Me enamoré perdida e instantáneamente de ella.

Nos miramos durante años, y nos hablamos el idioma de los tontitos felices a través del tiempo, de modo infinito.

Adoré su heavy metal que me zamarreaba de lado a lado, sin esperar por el amanecer, ni por la noche, ni por nada de nada.
Un camino turbulento que hacía falta.
Revolución.

Su dulce rostro de barrio me revelaba sexo aplastante e interminable, la guerra que todo pueblo anhela, la danza que el paralítico sueña con apretujón de ojos, la prisión con la que se masturba el carcelero.

Un pimpollazo, señora, que metía miedo a las abuelitas.

Se bajó en Medrano y Córdoba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pooobrecito el vago, no?