Si estoy caminando y el sonido avisa
que viene un tren, me quedo
a esperarlo.
No me importa si está lejos y da tiempo
a cruzar, ni el apuro
que lleve.
Me siento en las barandas de ese breve
laberinto blanco y rojo
que contiene.
Lo aguardo como un nene a papá noel
pienso que trae alegría
un instante.
Lo miro pasar tan cerca e indiferente
es un golpe de realidad
sin tiempo.
Se me ocurre que otros también lo miran
sentados, pensando en algo
que cuelga.
Es parecido a mirar el mar y saber
que hay otros mirando también
tan lejos.
No se me ocurre otra manera citadina
de fugacidad.
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