A cada paso que damos, un tropezón.
Así es el tiempo que oímos toda mañana al recobrar el aliento y refugiarnos contra las guerras allá afuera. Son espacios atronadores, los besos. Parecen bombas que sanan, cuchillos que surcen, mentiras esclarecedoras.
Pero no: hay un lugar entre espejos para entender, de una vez y para siempre, que la insurgencia cotidiana se milita mucho más que cualquier tristeza.
Sólo en un fragor, entre las llamas, nace el principio de la victoria.
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