Ya quisiera yo
de una vez por todas quemar
la basura circundante
con un fuego que abrace
todos los ojos que nos vieron
caminar.
Darles mecha
y quedarme solamente
con las tres o cuatro cosas
importantes para siempre
tener alimento en la barriga
enjuta.
Ya querría
no tener que remachar
ni remendar ni emparchar
unas alas que agitan el viento
sino quemar: dar un humo
dulce.
Volvería sobre
carcajadas y papeles arrugados
en los que, aterrado, dibujé
un garabato hermoso, compuesto
de unas canciones con deformada
alegría.
Pero ahora
tanto abanico, se agolpa
apalabrado sobre mis huesos
y hoy la liviandad garpa más;
son recuerdos que ya no necesito
ver.
Están acá
impresos a fuego y sangre
como trompos giran poderosos
en las lomas suaves que remonta
un gusano sereno, infatigable
ayer.
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