"¡Sayonara idiota!" gritó el ponja Luis
desde la tintorería Tres Marías
en una esquina de Florida Oeste
aquella tarde de verano con ochenta grados
a la sombra de un naranjo.
En un pase de magia del destino
crucé volando en mi nave, apelmazado,
y mientras contaba el ganado de mi vida
cuatrero lagrimeé la bella melodía;
sentí que estaba en algún rincón
del corazón, mondongo aquel, salado
por las lágrimas de un cocodrilo
habitante de los remotos rincones
del partido de Vicente López.
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