Amanecía sobre Trenque Lauquen
y esa bruma húmeda que cubre los campos
en las mañanas de invierno era omnipresente:
parecía una capa borrosa dentro de la propia mirada.
Los camiones cubiertos de escarcha reposaban
al costado del camino, recobrando fuerzas
para una nueva jornada rumbo a destinos inciertos y lejanos,
donde debían depositar sus cargas de cajas inverosímiles.
En esa estación de servicio sólo era posible dormir mal,
porque así es la ruta.
Espacio de tránsito, el no-lugar que siempre se está moviendo,
aunque estemos reposando.
Por eso, por el frío, y porque el destino parecía inalcanzable,
el café medio pelo que servía esa Shell
recostada sobre el ingreso al pueblo reconfortaba a cada sorbo,
conforme el sol iba creciendo y la bruma se retiraba lentamente.
Era el comienzo de una nueva jornada
al costado de la ruta
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