Después entré en algún desvarío pequeño, uno más de los tantos.
Y evadirme de brotar.
Refugiarme en el superrealismo onírico y tentar a la nada.
Así construí mi contra-aproches. Así aislé la isla, desarmable.
Más desvaríos, los habituales réquiems anegadores.
Y en la boca de la luz, casi la última sombra titilante.
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