A lo lejos rebotaba como caminando en la luna
hacia abajo un canto rodado envuelto en terciopelo
en el cerro San Bernardo el sol tiene caricias
que dejaba caer sobre su costado tan suave.
Yo miraba atónito y boquiabierto
¡entraban moscas como pepitas de oro!
no supe qué decir pero algo dije igual
al pasar fue familiar e indescifrable.
Salta, la linda, era un tibio resguardo
con todo su criollismo ¡y tan bataclana!
aunque el conurbano le transpiró, hubo armonía:
en esas tierras pelearon gauchas así, coloradas.
El rojo, a ellas, se lo daban los ponchos.
En cambio, en ese cuerpo, va tatuado en la piel.