Socavar es un verbo.
Pero cuando están en derredor tus manos
puede ser tan sólo un prudente gesto
de uno o dos párpados vencidos
por sueños viejos que como vapores
de alcohol flotan un centímetro sobre
tu cabeza al dormir la pequeña muerte
adolescente de doce horas corridas
en un colchón suave de cascabeles
atados a las alas de un colibrí triste.
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