A bordo de un ómnibus de larga distancia
destartalado y maloliente -¿qué importaba?-,
atravesaba un desértico campo provincial
en el noroeste; en mis manos un reproductor
de mp3 desde el que partieron tus canciones:
"Todo lo sólido se desvanece en el aire".
Venía yo de haber amado, temido, partido,
tanta juventud a cuestas como ausencia de palabras
permeables de ubicar la emoción en sitio honesto,
recuerdo como mi cabeza, literalmente, se abría
y atrás quedaban el tiempo y los mojones ruteros.
Supe entonces que algo en mí había cambiado
para siempre.
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