Cada vez más sumerjo en esas ollas
donde la carne se me tostó varios veranos
sonrío clueco, dorada al sol crece mi cresta
enmarañada de piquillines, un cauce crecido
aunque lento trae piedras de las altas cumbres
cargadas de eléctricas leyendas susurradas
por jotes y chiflones al planear bajo ante mis ojos
entreabiertos, y conversamos.
Una tarde de enero en las sierras de Córdoba.
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