Sobre el borde de la ventana que ilumina este lugar camina siempre una chica sonriente,
metal y parsimoniosa,
monta una guardia leal que recibo con amor y ausencias en mismo grado.
La observo caminar, cabeza arriba y cabeza abajo, horizontal;
luego, escribo algunos disparates y se los leo.
Cuando me advierte se le caen sonrisas, como aplausos para payaso.
Es un paisaje que disfruto liviano.
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