viernes, enero 29, 2010

El baile

quiebra la cintura y se deshace
porque sabe de flotar sobre un prisma marmolado
rabiosa y contenta, acapullada valientemente
contiene la espuma con un borde elástico
que imaginaron una tarde aplacada los santos oscuros
con ojos de diablos y esmoquin, hoy ya desde un escaparate
cómo se alimentan las piedras, dijo
con más piedras, y algo de agua fresca, se respondió
-al instante-
caminando por algún pasto enmalezado
en donde la mala hierba es la yerba buena
un paseo mediano, un andar de avioneta,
y zarpullían las palabras, allá donde nadie habla,
y se deshace, ella sobre todas
a ella, sobre todas ellas, malezas de bambula
se le defasa la cintura, se divide en miles,
porque sabe de flotar sobre un prisma marmolado
ahora que nadie habla y hay partículas de siesta.

sábado, enero 23, 2010

Todo su verano

Todos en Yuquerí lo sabíamos:
si Mariana no hubiera amanecido en Yuquerí
se pasearía por Parque Patricios
caminaría los sábados por la tarde
sobre la Avenida Caseros
se llamaría Yamila y llevaría
su piel tostada y tersa de cara al sol
cubierta por los pequeños retazos
de la moda más popular y chillona.

Miraría picante a cada hombre que pasa
sólo un breve segundo para después
volver la vista a su aparatito o a la nada esa
que tan bien miran sus ojos cuando
sobre el campo verde camina hacia el pueblo
y fija dos flechas en ese mojón quieto
y mutante que es el río Uruguay.

Pero si Mariana no caminara cada una
de las mañanas de sus veintisiete por
el camino de tierra que lleva a la principal
iría tan segura y hermosa con sus diecinueve
por el barrio donde siempre es verano y me diría
que quiere ir a tomar una Coca Cola, o una birra,
que no importa, que es lo mismo, pero conmigo.

Yo la dejaría caminar primero, un metro adelante,
para volver a apreciar el balanceo armonioso
de ese culo redondo y compacto, contenido
en las breves redes de jean haciéndose uno
con la autopista oscura y voladora que es
la espalda de Yamila en Parque Patricios.
Pensaría en como mis manos flotan siempre

que deslizan un mapa sobre todo el verano de Yamila.
El morocho y húmedo verano desnudo
que me ofrendaría en el pasillo del Pasaje El Refrán,
o en las madrugadas de pasto de la plaza José C Paz.
Yo le prometería amor eterno y un viaje por el continente
No querría salir nunca del refugio antiatómico
que levanta cincuenta grados mientras la miro caminar al baño

haciéndose un rodete, arqueando su cuerpo una vez más
un metro delante mío, cerrando la puerta, prendiendo la luz,
sentándose en el inodoro, purificándolo con todo el amor
y los pájaros y las flores que salen de su culo, con todas
las ganas de ensanchar la vida que su cadencia extiende
desparramándola por las veredas del barrio mientras
los viejos pajeros y borrachos la cojen con la mirada.

Pero Mariana corta osobuco en Yuquerí
pica rojas bolas de tejidos y huesos
cuelga reses de ganchos filosos
mientras piensa en como se pasearía por la ciudad
si tuviera diecinueve y yo la pasara a buscar en bici
para ir a tomar una Coca Cola, o una birra, o un no importa,
y así rozar la armonía definitiva con cada paso bamboleante de todo su verano.

martes, enero 19, 2010

Orden y concierto

Puede andar bien, un poquito de cebolla
para enfriar las penas de la llorona que pasa en las noches
traficando lámparas de bajo consumo, y cocaína,
mientras purifica el alma de los Novatos de América.

Puede funcionar quizás, un poquito de cebolla
entre pimienta verde traza una línea e insinúa el futuro
que baila cumbia vieja difuso, por momentos sensual,
e inunda muchas mañanas con brillo de un sol de polvo y jabón.

Analizándonos como cebollas
mostramos rostro dócil y nos entregamos al azar
que pulula sistemático a través del umbral de los días.

Aparecemos y desaparecemos
como lo mismo que llevamos en la maleta de la cabeza
que plaga por momentos cada zócalo de orden y concierto.

domingo, enero 17, 2010

El mapa se revela cada siete años

Porque cuando alzo la vista hacia una inundación de titilantes oscilaciones que flotan, dos satélites se cruzan. Sin prisa, pero sin pausa. Constantes, decididos y oportunamente rectos. Una constelación casi infinita de climas de época parecen enreverarse y así asaltar la mata semidesnuda que llevás por sexo. Todo el día, toda la noche, todo el temporal amable que conforma esta excepeción a la existencia y amanece a cada rato dando puntapiés a días nuevos dentro del día alargando la vida como un cienpiés deja de encogerse para volver a ser el que siempre había sido, el que siempre supo que debía ser, el motor de un principio de verdad.
Porque todo es inercia que arremete plana como un buey de California hasta que un salto que se insinúa fragmentario desfasa la línea argumental de los días para hacerme volar como un satélite. Sin prisa, pero sin pausa. Constante, decidido, oportunamente recto. Parece fragmentario, pero va tejiendo su red.
Porque hay un día en que todo pasa, como un cuento de la infancia, a tener colores. Azul, amarillo, verde. Mediado por una historia de la costa del Paraná deliro con hacerte el amor bajo una enorme parra serrana en las mañanas cordobesas salpimentadas con mates enyuyados de boca ancha y pan casero y la mermelada que transpira una señora que probablemente se llame Marta, o Dora, o Susana. Con los chicharrones negros y constelados que Marta, o Dora o Susana desparrama sin estrategia sobre la masa que toma forma lentamente mientras se hacen las diez y sol sube y se torna fuerte entre los fuertes, acariciando las polleras azules, amarillas, verdes, que indistintamente cubrirán las piernas curtidas de Marta, o Dora, o Susana. Con la idea de que tal vez haya un espacio en medio de toda la zona densa e imperceptible donde plantarse a ser uno mismo sin el chaparrón constante de agresiones externas de un ejército en camisa.
Y entonces me doy cuenta de que sí. Que esto de ser un satélite no es moco de pavo. Que te voy a cuidar como cuido mis ganas de hacerle la guerra a lo que parece inamovible. Como cuido cada siete años lo que solo se dibuja y traza un mapa que me recuerda hacia dónde iba mientras me da un buen chirlo por haberlo olvidado.