jueves, marzo 01, 2007

Voluntad

Necesitaría encontrar otra vez una isla
Sentirme arena, sentirme presa del agua, de las tormentas, del Tayta Inty, furioso o dócil, según en día.

Sé que desde hace algún tiempo me persiguen las islas
como si buscaran que flote y formemos archipiélago.
Me hacen gestos amables y guiños constantemente...

aquí
en la ciudad inconmensurable y húmedamente barroca
como si quisieran que piense en todos sus defectos tristes.

Me han abandonado los deja-vus para dar lugar al órden mental corriente
monocromo y ferrocarriloide
(con ferrocarriloide me refiero a la linealidad como opción única, planteada por una vía ferrocarriloidácea en tanto camino ineludible, en principio, por el ferrocarrilero y su ferrocarril de ruedas-pie predeterminadxs por una configuración espacial futurista que establece sus huellas venideras. Aquí la alegoría está aplicada a la linealidad del tiempo y de la percepción de los acontecimientos.)

Las islas me inundaban de deja-vus
y yo lo sentía como un cariño nuevo que me regalaba su tierra fértil aprisionada por caminos de libertad líquida y dulce.

Todos los días
me hacían ver dos veces las cosas que sólo una vez ocurrían
y así violentaba el órden ferrocarriloide que propone la velocidad.

Necesitaría encontrar otra vez una isla,
y sentirme arena

de esa que es orilla.

Puede pedonarse la vanidad al que realiza buenas obras...



“Puede perdonarse la vanidad al que realiza buenas obras; en el que nada hace, resulta risible; en el que procede mal, es repulsiva. Ciertos defectos y vicios comunes a todos los hombres, adquieren caracteres típicamente antisociales en las personas de moralidad inferior. Sin el sentimiento de ridículo que nace de la cultura y sin el contralor ético fundado en la educación moral, algunos sujetos llegan a jactarse de palabras y acciones reñidas con la más elemental honestidad o abiertamente encenagadas en el delito.
La vanidad mórbida es de fácil observación en las gentes mestizadas y parece obedecer a causas étnicas. (...)
Cuando en un país ocurren delitos de resonancia, analizados por la prensa y comentados por el público, se crea una atmósfera criminógena apropiada para tentar la vanidad de los predispuestos. Las apologías de matones y asesinos, por razones de localismo incivil o por espíritu de rebeldía antipolicial, acaban por formar verdaderas leyendas que incitan a la imitación. José María, en Sierra Morena de España, Musolino en las montañas de Calabria, Juan Moreira en la campaña de Buenos Aires, son tipos legendarios que han despertado émulos en las clases menos cultas de sus países respectivos.
Por el año 1900, estimulada en la prensa y en el teatro, se produjo en Buenos Aires una epidemia de `moreirismo´ ”

José Ingenieros “La vanidad criminal”,
en La Psicopatología en el arte, Elmer editor, Bs. As., 1957.


En una época de mi vida pensaba que algunas características del comportamiento social de cierta parte de la población argentina no se correspondían con lo que mi imaginario creía que es una explicación. Particularmente esas inquietudes se orientaban hacia ciertas especifidades manifiestamente ideológicas del plano discurivo. Es decir: no encontraba las causas (fundamentalmente, histórico-culturales) por las cuales ciertos discursos tienen una circulación social extremadamente alta en la sociedad.
Hace no demasiado tiempo dí con algunos hilos gruesos. Ocurría que la corta bibliografía de mi mente de entonces (aún corta, en verdad) me había hecho obviar grandes lecturas clásicas del pensamiento argentino en la historia.

Sarmiento, Echeverría, López, García Merou y Cambaceres, Ingenieros, Lugones, Borges.
Podemos rastrear estas filiaciones actualmente, no sólo en el discurso de ciertas personajes corrientes, sino también en algunos exponentes de la cultura y la comunicación dominantes. Dejo a criterio del buen lector tal búsqueda..
Igualmente no es difícil: "los diarios le dan tapa y la tele un buen horario".
Sobre Juan Moreira... haré su defensa en el futuro cercano.